La adopción es una figura legal que existe desde la época del Derecho Romano, y que ha persistido a lo largo de los años porque cumple una función fundamental que es la de dar familia a una persona que por distintas razones lo necesita, y la de hacer familia a una pareja o a una persona.
Jurídicamente la adopción ha ido transformándose conforme las nuevas exigencias de la sociedad. Por ejemplo, hace años los vínculos de la adopción solo eran entre padres e hijo y ahora se amplían a toda la familia, abuelos, tíos, primos, etcétera, para equiparar en derechos y obligaciones a una familia adoptiva con cualquier familia biológica.
Y también, dada la globalización, han surgido figuras como la llamada adopción internacional, en donde encontramos que en unos continentes las tasas de natalidad son bajísimas con altos problemas de infertilidad, mientras que en otros, la natalidad es alta al igual que los problemas de violencia o pobreza.
Traigo todo esto a colación porque hay un grave problema que está emergiendo en relación con las adopciones internacionales, sobretodo de las realizadas por europeos con niños procedentes de países pobres de África, América Latina o Asia y se refiere a la ilegalidad de los procesos, en donde, ni los padres biológicos ni los padres adoptivos tienen responsabilidad sobre los hechos.
Paradójicamente la responsabilidad de estas ilegalidades es de las agencias legalmente autorizadas para trabajar a favor de los niños.
Y es que en un afán por liberar a los niños del sufrimiento que implica la pobreza de sus padres y que muchas veces los condena a ellos a seguir en la miseria, estas agencias tramitan las adopciones sin el pleno consentimiento de los padres biológicos.
Este caso está sucediendo en varios países, como en Nepal, en donde el gobierno ha descubierto que las agencias hacen que los padres firmen la cesión de la patria potestad de sus hijos, sin que ellos sepan que están firmando, ya que la gran mayoría no sabe ni siquiera leer.
La adopción es una enorme acto de amor de quienes entregan a sus hijos y de quienes lo reciben. O al menos eso debe, pero como este caso de Nepal, encontramos casos en donde la adopción la deciden terceras personas, por razones que pueden creer muy válidas, pero causan un serio perjuicio a los padres biológicos, a los adoptivos y sobretodo a los hijos.
Y no nada más se trata de pobreza o de ignorancia, sino que muchas veces se mezclan en estas decisiones asuntos ideológicos.
Por ejemplo, en Argentina se presentó un caso de una joven de 22 años que demandó a sus padres adoptivos y pidió su encarcelamiento cuando se enteró que fue dada en adopción tras la captura y asesinato de sus padres biológicos durante la dictadura militar y que ni siquiera se solicitó el consentimiento de los abuelos. Alguien en el gobierno decidió que ella iba a estar mejor con personas afines a la ideología estatal que con los opositores.
Su demanda me deja un mal sabor de boca, porque de primera instancia me parece como una rabieta de una niña malcriada que culpa de sus males a sus padres de crianza, pero la realidad es que las razones que tiene son muy poderosas porque en su caso, los padres adoptivos tuvieron conocimiento de que su madre biológica no había consentido en esa adopción.
Por estas causas, los diferentes gobiernos tratan de endurecer los procesos de adopción, para tener la seguridad plena de que la madre biológica entrega voluntariamente a su hijo. Pero con estas medidas también se desprotege a los niños, muchos de los cuales crecen en la orfandad, y se desmotiva el proceso legal, favoreciendo la trata de personas, que aún por razones humanitarias, se trata de un delito.
Y no vayamos ya más lejos. Ayer trascendió que Ilse Michelle, la niña “perdida” del albergue Casitas del Sur en el D.F., fue entregada en adopción a un alto funcionario gubernamental, mientras la abuela sigue buscando a su nieta. Porque la corrupción es otro factor a tomar en consideración.
Los gobiernos, legisladores y jueces deben poner en la balanza los derechos y obligaciones, los procesos, las leyes, los sentimientos, las razones humanitarias, la unicidad de las personas y el valor de la vida humana, para resolver esta problemática. Algo nada sencillo, que mientras se resuelve o intenta resolver, seguirá llevando por delante vidas de madres desesperadas buscando a sus hijos, de hijos a quienes le son vedados sus orígenes y de padres adoptivos que ponen la vida en su hijo sin saber que no tienen el pleno derecho para hacerlo.
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