Vestido de novia

 

Frente a la falta de romanticismo en las ceremonias civiles, algunos contrayentes en Países Bajos optan por inventar historias de amor

En una simpática columna publicada el 25 de abril en dutchnews.nl, una escritora nos acerca a las tradiciones de las bodas en Países Bajos, especialmente porque con la primavera la temporada de la celebración de matrimonios inició.

A diferencia de otros países, y en semejanza con México, en Países Bajos, la única ceremonia reconocida por el estado y que crea un vínculo jurídico es la celebrada frente a un oficial del registro público, un ambtenaar, es decir, servidores públicos, descritos en un artículo publicado en 2019 como “yuppies aburridos, vagos y sin imaginación que ya están en la puerta con sus abrigos a las 5 de la tarde en punto. Tienen un humor cursi en la oficina, poca ambición, se reportan enfermos cada vez que tosen y tienen días libres interminables,” una descripción nada halagüeña para ningún burócrata, ni neerlandés, ni mexicano.

Como en México, las parejas pueden optar por pagar un poco más para que la ceremonia sea más “íntima”, en nuestro caso, afuera del registro civil, o pagar la tarifa normal con celebraciones de matrimonios carentes de romanticismo, de cinco minutos de duración, tiempo suficiente para ajustarse al formalismo establecido en la ley civil para verificar el consentimiento de los contrayentes y declarar que esa unión es legal a los ojos del estado.

Tratándose de ceremonias más largas, las parejas entregan al ambtenaar sus historias de amor que son leídas frente a los invitados. Muchas de estas historias, nos confiesa la columnista, son producto de la imaginación de los novios, bonitos cuentos que embellecen la simpleza de haberse conocido gracias a una aplicación como Tinder o haber flirteado un poco en Snapchat.

La ocasión es ideal para quienes tienen aspiraciones narrativas, contando cautivadoras historias de la forma en que se conocieron, como cuando fueron voluntarios es un huerto público, o pasaron meses desnudando sus corazones en intercambios telefónicos durante silenciosas madrugadas, antes de arriesgarse a encontrarse frente a frente, o sobre perfectas primeras citas en las que descubrieron que eran uno para el otro, sin mencionar que se conocieron en un sitio de citas, o que esos reveladores encuentros nunca sucedieron o, peor, que la cita perfecta acabó cuando la novia se cayó en un canal de Ámsterdam.

“Con mucho”, escribe la columnista, “la más atroz fue una historia de caballería y romance de casi media hora, contada sobre una pareja que se conoció mientras ambos vivían con otra pareja, pasaron meses siendo infieles no tan secretamente y se divorciaron 18 meses después de la boda.” Recuerda un poco a la popularidad en México de extravagantes peticiones de mano que resultan en cortos matrimonios anulados y un insondable silencio sobre las razones.

“El ambtenaar en estas historias no es realmente el culpable. Simplemente está regurgitando una cornucopia de mentiras de la pareja que ha estado alimentando estas mismas falsedades a su familia extendida durante el tiempo que ha existido la relación”, escribe la columnista, terminado por describir su boda de cinco minutos, sin historias que hicieran suspirar a nadie, pero que les permitió abrir más pronto la botella de champaña para celebrar.

Con mentiras o sin ellas, en largas ceremonias o cortas, a muchos gobiernos de Europa, Corea del Sur o Japón le tiene sin cuidado mientras los jóvenes estén optando por casarse y tener hijos que en unos años sostengan a la envejecida población. Así, desapasionado como las finanzas públicas, sin romanticismo añadido.

Más información dutchnews.nl

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