El llevar un nombre es algo tan cotidiano como respirar, que hemos perdido la noción de lo que representa: un derecho humano y un derecho personalísimo, porque tener un nombre significa ser identificado y reconocido por el estado y es el punto de partida de donde nacen los derechos y obligaciones.

 

Por eso es que en Japón, y a la luz de las disposiciones constitucionales que establecen la igualdad entre hombres y mujeres, cuatro mujeres y un hombre están recurriendo las disposiciones del Código Civil que establecen que las mujeres deben cambiar de apellido una vez que se casan. La disposición establece que los hombres pueden adoptar el apellido de la mujer, pero en una sociedad donde las mujeres caminan atrás de los hombres se entiende que se trata de un derecho que los hombres optan por no ejercer.

 

Las mujeres que demandan el cambio exigen una compensación del estado por la “angustia emocional” que han tenido que vivir al llevar un nombre que no es el suyo. Una de las demandantes, maestra retirada de 75 años, argumenta que llevar el nombre de su esposo era como llevar una “espina clavada en el corazón”, frase con la que probablemente no pretende dar a conocer su situación matrimonial, sino el peso que le supone haber dejado su nombre de soltera (aunque habrá quienes tomen literalmente sus palabras y supongan que la espina no es por el apellido sino por la vida en común).

 

En muchos países, como el nuestro, es una opción el llevar el apellido del esposo y se trata de una opción que está cayendo en desuso, afortunadamente. Porque si se agrega al hecho de que la esposa toma el apellido del esposo y bautizan a su hija con el mismo nombre de la esposa/madre, se está frente a un involuntario caso de “robo de nombre” en donde los odiosos diminutivos aparecen para diferenciar a una de la otra. ¿Hay demasiada emoción en mis palabras? Confieso que es un asunto personal porque no solo comparto nombre de pila con mi madre, sino que ella se ostenta con mi apellido, que es el de mi padre, lo que lleva a múltiples confusiones.

 

El asunto del nombre, particularmente del apellido, está tomando mucha importancia recientemente sobretodo en países donde se permite el matrimonio entre homosexuales y la adopción de niños por estas parejas ¿cuál apellido debe ir primero en el nombre del niño?

 

Pero además se trata, como lo pelean en Japón, de un asunto de igualdad de género ¿por qué debe ir primero el apellido paterno? En España la ley ha cambiado para que los padres decidan el orden de los apellidos de los hijos y en caso de no ponerse de acuerdo, se registrará conforme al orden alfabético. Ni el tuyo ni el mío, una decisión salomónica.

 

El apellido del esposo adoptado por las esposas no se trata de un asunto ni de amor ni de espinas en el corazón (aunque usar la preposición “de” antes del apellido del marido para significar pertenencia no es una espina, sino una daga en el corazón de la sociedad). Y tampoco es un asunto feminista, sino de justicia. Es un asunto de identidad personal. Es el derecho personalísimo de cada quien de llevar un nombre y ser reconocido por él. Y claro, reconociéndose también el derecho de cambiarlo como Juan Caca que ahora es Pedro Caca.

 

 

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