Desde el sábado se han registros intensos ataques en Sudán por la lucha de poder entre dos generales golpistas
Es lamentable lo que está ocurriendo en Sudán, uno de los países más grandes de África. Desde el sábado, la lucha de dos generales por el poder tiene a los habitantes de Jartum, la capital, encerrados en sus casas, sin agua ni electricidad, temerosos de los saqueos y posibles ataques aéreos, expectantes sobre el destino de su país.
En 2019, esos mismos habitantes se levantaron para sacar del poder a Omar al-Bashir, un hombre que dirigió al país casi 30 años, cometiendo los abusos que se cometen en cualquier dictadura o gobierno de tan largo plazo. Abusos y violación a derechos humanos especialmente atroces en la región de Darfur.
Confieso que conocí la situación de Darfur en un programa de televisión, E.R. cuando el ficticio doctor Carter viajó a esa zona como voluntario. Con esa información, fui siguiendo la pista a lo sucedido en la región, aunque cerrando los ojos la mayoría de las veces, como luego hice con Yemen, con la región de Tigray en Etiopía, con Myanmar. Tal vez hay un cierto límite al dolor, violencia, y sufrimiento que podemos tolerar, especialmente cuando lo tenemos tan cerca con la miseria y lo vemos desde afuera, como si fuera eso, solamente un programa de televisión.
Bajo el gobierno de Omar al-Bashir, la violación a los derechos humanos en Darfur fue tolerada y, según, las acusaciones penales, auspiciadas. Terminado el gobierno del dictador, los habitantes de la región pudieron tomar unas cuantas bocanadas de aire para volver a caer en una espiral de violencia que recrudeció el año pasado con el nuevo golpe de Estado de 2021, año en que se había prometido la celebración de elecciones generales.
No soy analista ni estratega, solamente soy una ingenua que piensa que cuando las personas se organizan para procurar un cambio que mejore sus vidas y los libere del sufrimiento, ocurren cosas grandes. Pero la experiencia ha demostrado una y otra vez que cuando esas manifestaciones solo buscan un cambio de líder y no de sistema, es cuestión de tiempo para que regresen al punto de partida, otra vez bajo el puño cerrado de algún otro líder. Eso sucedió en Túnez, sucedió en Egipto y está pasando en Sudán.
Si bien al principio, la gente se manifiesta enardecida cansada de los abusos y pide un cambio de sistema, en realidad solo se exige un cambio de líder. Al lograrse el objetivo, tranquilamente regresan a sus casas y trabajos, dejando el cambio en manos de una persona que, cuando se ve investido de tanto poder, lucha contra viento y marea por no perderlo.
Al final, no queremos un cambio de sistema, porque no queremos perder cierto statu quo, porque no queremos salir de lo que conocemos, porque pensamos que mejor malo conocido que bueno por conocer. Sin estos cambios profundos y radicales, en los que todos estemos comprometidos sin dejar el peso de las decisiones y las acciones a los demás, seguiremos siendo testigos de los momentos de felicidad cuando se acaba un régimen y de su transición en unos pocos años hacia un régimen semejante o, a veces, peor, del que se deshicieron.
Una vez que en Sudán, el general que gane la silla presidencial se siente en ella, ¿cuánto tiempo pasará para que lo hagan abandonarla? Quizá los habitantes del futuro leerán en las enciclopedias que ese dictador se convirtió en la persona en dirigir el destino de un país por más tiempo, con el costo de violaciones a los derechos humanos y sufrimiento que un puño férreo y cerrado significan.
Mis pensamientos están con todas las madres en Sudán que en este momento saben que sus brazos no son suficientes (nunca han sido suficientes) para proteger a sus hijos. Mis pensamientos hacia todas las madres que son víctimas de cualquier tipo de violencia.
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