Policía de Nueva Zelanda detuvo protestas de alumnas de preparatoria en contra de colegio de varones por acoso sexual
La violencia sexual y agresiones a niñas y mujeres se está haciendo muy visible este año en el mundo. Desde los llamados de atención de jueces que cada vez resuelven más casos de violencia familiar y los cambios legislativos que buscan conceder mayor protección a las víctimas, hasta las denuncias de las deleznables prácticas sexuales de importantes académicos y personalidades hacia mujeres de la familia o que aspiran a una oportunidad de trabajo, amparados en su “reputación” y posición de poder.
La exposición de esta cultura machista no empieza ni para con las acusaciones a Andrés Roemer en México. En Francia se han hecho acusaciones de incesto a importantes intelectuales y políticos y en la semana pasada también llamó la atención la escandalosa, pero legal, decisión de no imputar por violación a un grupo de bomberos que durante dos años violaron (aunque el tipo penal diga otra cosa) a una niña de 13 años.
En Australia, por su parte, se está exponiendo la cultura de abuso sexual a mujeres en el mismo gobierno con las acusaciones de Brittany Higgings, una pasante que fue violada en oficinas del Parlamento en Canberra, lo que dio paso a la publicación de varios videos de relaciones sexuales ocurriendo en diferentes oficinas de este mismo edificio, hasta el escándalo de esta semana de un parlamentario acosando a dos mujeres en Facebook.
Esta tóxica (perdón por el cliché, pero sí, es tóxica) cultura machista de abuso y acoso sexual llega hasta las más jóvenes y un ejemplo de esto se vivió esta semana en Christchurch, Nueva Zelanda, cuando cien alumnas de una preparatoria salieron a la calle para protestar frente a la preparatoria de varones por la cultura de acoso y agresión sexual.
Con pancartas en que se leía “nuestros cuerpos no son temas de sus conversaciones”, “mi atacante tuvo una segunda oportunidad”, “sin excusas, desmantelen la cultura de la violación”, las jóvenes salieron de su escuela durante la hora del almuerzo para dirigirse a la escuela de varones. Primero fueron seguidas por una patrulla y por la directora del colegio, Christine O’Neill, hasta que una segunda patrulla les cerró el paso y les impidió llegar a su destino.
La policía excusó la disolución de esta manifestación pacífica con los consabidos temas de seguridad, en este caso, seguridad vial.
Aparentemente el enfrentamiento entre los colegios empezó en línea para luego llegar a la escritura de mensajes escritos con gis en la barda del colegio de varones en donde se defendían los derechos de la comunidad LGBTQ+, de las mujeres y se presentaban acusaciones de acoso y agresión sexual.
“Era muy importante alentar a las estudiantes a hablar sobre el tema y no es útil señalar individualmente a escuelas de varones. Es importante referirse a asuntos globales, sistémicos”, dijo la directora O’Neill al explicar las razones por las que pidió auxilio a la policía para detener la manifestación de sus alumnas. Es decir, hablar del tema, pero en lo general, sin tener que saber de casos específicos.
Si bien es cierto que hay que cuidar la integridad de las alumnas, que en su mayoría son menores de edad, y enseñarles que sin pruebas no se deben presentar acusaciones contra personas específicas, el no haberles permitido su manifestación mandó a las adolescentes el mensaje que es mejor guardar silencio, que sus agresores están protegidos, que no es tan grave leer mensajes violentos con el hashtag “cáncer femenino” o, peor, “feminazi”, que es más importante seguir guardando las apariencias antes que exponer la cultura machista de agresión. En fin, perpetuar la idea de que una “señorita” educada no habla de esas cosas en público porque cuida su reputación.
Acabar con la violencia a las niñas y mujeres no solo se trata de leyes y tribunales; empieza con la educación que madres y padres damos en casa y maestras y maestros en las escuelas. El cambio empieza por casa y escuela.
Y hay que entender que no se debe tapar las bocas de las víctimas de cualquier tipo de agresión ni de los adolescentes cuando se trata de temas que les afectan directamente. Siempre han tenido el derecho de hablar y toca respetarlo.
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