La intolerancia es una constante que se lee en las noticias diarias. Es como si ya no soportáramos estar uno al lado del otro, ni escuchar lo que el otro tiene que decir, ni saber lo que tiene que hacer, porque si acaso piensa o actúa diferente, es motivo de gran irritación. Quizá por ello estamos prefiriendo refugiarnos tras una computadora y vivir una vida social en soledad (aunque parezca contradictorio) a través de Second Life o de las numerosas redes sociales.
Por ejemplo, hace unas semanas en Inglaterra una mujer fue arrojada a las vías del tren por dos hombres que estaban en la estación. ¿El motivo? La mujer tuvo la osadía de pedirles que apagaran sus cigarrillos porque está prohibido fumar en los andenes. La mujer sufrió daños menores y se salvó de morir electrocutada, pero los dos hombres cometieron un delito porque se les impuso una regla.
Pero los signos de intolerancia van más allá y se leen incluso en instituciones de estado, como el caso del Partido Nacional Checo que anunció que regalaba boletos de avión a los gitanos para que abandonaran el país y no regresaran sino hasta después del 2010. ¿La razón? Elecciones cercanas y una manifiesta xenofobia.
La reciente incursión de Rusia a Georgia también deja de manifiesto la intolerancia racial. Se ha puesto de manifiesto que grupos paramilitares rusos entraron a territorio georgiano con la finalidad de hacer una limpieza étnica y destruir todo a su paso.
¿Otro signo más? En Malasia se debatieron entre dejar a Abril Lavigne dar su concierto o no. Finalmente accedieron, pero no están muy convencidos porque creen que la libertad de expresión de la cantante es una influencia nociva para la juventud.
Y bueno, no nos asustemos. En México, el mes pasado sucedió lo mismo en Matamoros cuando el alcalde y demás grupos hicieron de todo para evitar que Molotov se presentara en su ciudad, con los mismos argumentos de influencia nociva para la juventud. Lo grave de nuestro caso es que lograron que se cancelara la presentación al disfrazar esta intolerancia bajo la forma de permisos administrativos no obtenidos.
Pero mientras unos prohíben, otros aclaran “el malentendido”, como le sucedió a Paul MacCartney en Israel en donde levantaron la prohibición que databa de los años 60 cuando se vetaron a los Beatles, con su música estridente y su cabello largo, por temor de que corrompieran a la juventud.
¿Intolerancia religiosa? Un ejemplo es el reciente caso de Turín, Italia, en donde cuatro monjes franciscanos fueron atacados brutalmente con palos de golf en su propio monasterio. El ataque fue tan salvaje que uno de ellos está en estado de coma. En Italia se compara este ataque al que presentó Stanley Kubrick en su film de Naranja Mecánica. ¿Alguna vez lo viste?
Todas estas noticias me llevan a una reflexión: ¿Cuándo manifestar lo que se piensa en contra de lo que el otro dice se convierte en intolerancia?
En México la libertad de expresión, está plasmada en el artículo 6° constitucional, el cual, bajo la premisa de que libertad no es libertinaje, restringe este derecho cuando ataque a la moral, los derechos de tercero, provoque algún delito, o perturbe el orden público.
Si extendemos esta concepción del derecho de expresión al mundo, surgen las siguientes preguntas ¿Molotov o Abril Lavigne atacan a la moral o perturban el orden público? ¿La mujer inglesa de las vías del tren vulneró el derecho de sus atacantes? El partido checo y los rusos ¿atacan los derechos de terceros o evitan delitos sacando del país a los “indeseables”? ¿Cuándo dejó Paul MacCartney de atacar a la moral de Israel? ¿Quizá fue cuando cumplió 60 y se cortó el cabello?
En este mundo en donde todo es relativo, la línea que divide mi libertad de la intolerancia, no es muy clara, porque lo que para uno es moral, para otro puede ser inmoral, y lo que para unos expone la verdad, para otros daña la seguridad o la honra de las personas. Piensa en tu posición respecto de tres asuntos recientes, como el uso de la minifalda, la marcha del 30 de agosto y el aborto, y mira las noticias y periódicos para ver las posiciones que se esgrimen a favor y en contra y los ataques de unos y otros.
¿Quién marca los límites? ¿Tendremos que depender siempre de que los jueces y los tribunales lo hagan? ¿O más bien tenemos que apelar a la educación de cada uno de nosotros? ¿Es que en México, como lo demuestra su sangrienta historia de los siglos XIX y XX estamos destinados a no distinguir donde acaba mi derecho y empieza el del otro?
B.