Como cada año, a finales de julio se celebró en Japón un foro convocado por la Fundación Nagayama para la Infancia, que regresa a la mesa de debate la pena de muerte y la justicia juvenil. Lo interesante es que la Fundación fue creada por un convicto por cuatro homicidios que fue ejecutado hace 22 años.
Norio Nagayama tenía 19 años cuando mató, en el transcurso de varias semanas, a cuatro personas. Fue arrestado en 1969 y procesado por los homicidios ante una Corte de Distrito que lo condenó a la pena de muerte. Posteriormente, el Tribunal Superior de Tokio conmutó su pena a cadena perpetua, pero en 1990 la Suprema Corte desechó la sentencia y la actualizó nuevamente por la pena de muerte. Nagayama fue ejecutado el 1 de agosto de 1997.
Se trata de un caso interesante porque estando en prisión Norio Nagayama escribió libros en los que manifestó su arrepentimiento, se pronunció a favor de los derechos de los niños, puso en la mesa el tema de la pobreza y discutió la moralidad de la pena de muerte. Actualmente las regalías por la venta de sus exitosos libros se destinan por la Fundación Nagayama a niños pobres en Perú.
La historia de Norio Nagayama es interesante, aunque, desafortunadamente, no excepcional: A los cinco años fue abandonado por su madre y se quedó a merced de un hermano abusivo y un padre adicto a las apuestas que murió en la indigencia. En esta situación de pobreza se fue a vivir a Tokio en 1965 cuando el país experimentaba un crecimiento económico. Los homicidios los cometió entre octubre y noviembre de 1968 cuando tenía 19 años razón por la cual se le consideró como menor de edad según la legislación japonesa.
Cuando su caso llegó al Tribunal Superior de Tokio, la sentencia fue conmutada porque los magistrados consideraron que el estado no había cumplido su función respecto de él al no haberlo rescatado de la situación de pobreza y abandono y que sería “injusto ignorar la falta de políticas apropiadas de bienestar y dejar recaer toda la responsabilidad en el defendido”. Para la Suprema Corte esos argumentos no tuvieron suficiente validez y en 1990 cambiaron la sentencia por la pena de muerte.
Si bien muchos países han estado eliminando de sus legislaciones la pena de muerte, Japón no lo ha hecho, posiblemente debido a que la población parece estar a favor, con tan sólo el 9.7 de las personas a favor de su abolición, frente al 80.3 que opina que es un mal necesario. Lo anterior según cifras de 2014 proporcionadas por la Oficina del Gabinete.
Cada año, alrededor de la fecha de la ejecución de Nagayama, la Fundación organiza una sesión de pláticas y debates sobre la pena de muerte y la forma en que el poder judicial administra la justicia juvenil, tomando como referencia el caso de Norio Nagayama. En este foro participan abogados, jueces, psicólogos y otros profesionistas involucrados en los temas.
Este año participó en la mesa de diálogo Tadaari Katayama, un hombre que perdió a su hijo de 8 años en un accidente de tráfico ocurrido en 1997 y que, siendo un creyente de la rehabilitación, actualmente se dedica a visitar prisiones y reformatorios en Japón, hablando con los internos y expresándose desde su situación de víctima de un delito.
“(Los delincuentes) deben tener oportunidades para sentir el dolor de alguien y deben estar en prisiones sólo si deben estar aislados en el proceso de rehabilitación”, manifestó Tadaari Katayama. “He estado involucrado en programas educativos en centros de detención, con la expectativa de que los reos puedan ser felices”, dijo durante el evento. “Me haría muy feliz también si ellos pudieran vivir vidas felices”.
Katayama analizó la situación de muchos de estos internos y comparó sus situaciones con la vivida por Nagayama, abandonados por la sociedad y sin encontrar una mano amiga en personas mayores. “Pienso que se deben haber sentido muy solos”, señaló.
Respecto de la pena de muerte se ha manifestado contrario a ella: “No debe aceptarse que el poder del estado pueda usarse para tomar por la fuerza la vida de alguien… Necesitamos terminar el ciclo retributivo”.
A su lado durante el evento estuvo la abogada Kyoko Otani, quien fue defensora de Nagayama y que ahora forma parte del consejo directivo de la Fundación.
En reconocimiento de su aportación para promover la justicia restaurativa, la Barra de Abogados de Japón entregó un premio de Derechos Humanos tanto a Taadari Katayama como a la Fundación Nagayama para la Infancia.
Gracias a la Fundación Nagayama varios niños en Perú que han logrado seguir sus estudios y que, agradecidos por la oportunidad, trabajan a favor de los demás.
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